Parece mentira. Otro año ha pasado y ha sido casi casi como un sueño. Tal vez lo ha sido, pues he vivido aquello que muchos sólo sueñan con hacer.
Ésta etapa de mi vida ha resultado sumamente enriquecedora. Me parece imposible describir con palabras lo que ha supuesto para mí el último año, pero una cosa sí está clara, no ha vuelto la misma persona que se marchó.
Una vez más regreso con sentimientos encontrados. Por un lado la alegría de volver a casa, con todo lo que ello conlleva, ver a mi gente y todo lo demás. Por otro, la pena por aquello que dejo atrás, por no haber hecho más cosas y podido conocer más a la gente cuyo destino se entrecruzó con el mío en este tiempo.
Vuelvo a tener la misma sensación con la que volví el año pasado de Suecia. No he dejado de viajar en estos meses en Tailandia, lo cual me ha permitido recorrer todo (o al menos una buena parte) el sudeste asiático, pero eso ha hecho que pudiera conocer menos (y a su vez, dejarme conocer) a las personas que compartieron su tiempo conmigo.
He conocido a gente maravillosa y, sobre todo, extremadamente generosa. No sólo fue su tiempo lo que compartieron, también fueron sus vivencias, sus ilusiones y, en cierta medida, su corazón. Abrieron las puertas de su casa para que tuviese un sitio donde quedarme o donde poder dejar mis trastos mientras yo me dedicaba a ir de un sitio para otro. Y todo ello cuando yo era casi casi un perfecto desconocido.
Supongo que son éste tipo de experiencias las que te hacen crecer como persona.
Os estoy terriblemente agradecido a todos.
Y ahora sólo queda continuar. El pasado no es sino una sombra de aquello que fue, el futuro no existe. Sólo nos queda vivir el presente, el ahora, y mi presente está en Madrid.